Esta oración, con la que tras recordar el cuento El flautista de Hamelin, Niall Ferguson —en su libro La plaza y la torre (Debate, 2016)— comienza una breve y poéticamente cruda descripción de la Europa inmediatamente posterior a la Primera Guerra Mundial:

«El siglo XX fue una época de plagas... y de flautistas. Como es bien sabido, la fase final de la Primer Guerra Mundial coincidió con una pandemia global, cuando una versión letal del virus de la gripe asoló el planeta, lo que causó la muerte a decenas de millones de personas, especialmente jóvenes. No fue esta la única plaga del periodo comprendido entre 1917 y 1923, una cepa mutante del marxismo desarrollada por los bolcheviques rusos arrasó asimismo la masa continental euroasiática, al tiempo que nuevas formas de nacionalismo generaban virulentos movimientos fascistas en todos los países europeos. [...] También hubo una plaga económica, la de la hiperinflación, que causó estragos no solo en Alemania, sino asimismo en Austria, Polonia y Rusia. Frente a esa plagas, la gente recurrió a diversos flautistas: hombres que ofrecían un liderazgo carismático y soluciones drásticas. Sin embargo, como la población del Hamelín medieval, quienes dieron poder a aquellos flautistas lo pagaron con la vida de sus hijos».

Leí estos párrafos hace un par de días... y no puedo dejar de pensar en las coincidencias entre aquel y este inicio de siglo. Y me pregunto, cómo despavilar, cómo darnos cuenta de que la música que escuchamos es la de flautistas guiándonos al gólgota.

James Elder Christie, "The Pied Piper of Hamelin" (1881)