Sebastián Echeverría

Dolores urgentes (o un atisbo de explicación al triunfo de Milei)

Así expone uno de los personajes que habitan la novela de Fernando Aramburu, Los Vencejos (Tusquets, 2021), su simpatía por Vox:

«"No son fascistas", afirma como rebatiendo algo que yo no he dicho. "¿Qué son entonces?" Tilda a sus líderes de chalados, histéricos, idealistas, un tanto inclinados a extremar los modales masculinos, y deja para el final el elogio al que se encaminaba su ristra de adjetivos: "Honrados".
«No le interesa su programa electoral por considerarlo demasiado derechista; tan solo su firme determinación de derrotar el separatismo catalán. Intenta justificarse con ayuda de un ejemplo, que venía a decir más o menos así: "Si tengo un problema de corazón, voy a la consulta de un cardiólogo, aunque el cardiólogo profese unas ideas políticas distintas de las mías. Por mí que se las coma con pan y chocolate. Lo único que espero de él es que sea un cardiólogo competente y me cure. ¿Qué harías tú con un corazón enfermo? ¿Pedir cita con el ginecólogo por los dos compartís idéntica ideología". Y, sin esperar respuesta alguna por mi parte ni reparar en que quizá lo esté oyendo la gente del bar, agrega con estas o parecidas palabras: "Yo creo que a muchos de los estábamos allí en el fondo nos da por culo lo que piensen los dirigentes de este partido sobre la inmigración, el plan hidrológico y el saco de leyes que prometen derogar cuando lleguen al poder. Nos une un deseo urgente. Eso es todo. Es el deseo de que los separatistas no logren rompernos la patria. No me extrañaría que Vox sacase buenos resultados en las próximas elecciones".»1

Los dolores (o deseos, ateniéndonos a la propuesta narrativa de Aramburu) son esos síntomas que nos movilizan, tanto a nivel personal como societal, a tomar decisiones y medidas para sobrellevarlos, sea para mejorar o para sobrevivir y, según más agudos y urgentes sean, más tendemos a buscar soluciones más rápidas y radicales

Lo que ocurrió con la última elección presidencial en Argentina tiene marcados tintes reaccionarios. El voto libertario en términos ideológicos no sería mayoritario. El voto a Milei es una esperanza de sacar del Estado a un grupo de personas que a sabiendas y sin vergüenza ni disimulo, se ha robado medio país y, para colmo, tiene la economía colapsada y la pobreza en niveles altísimos... a la Argentina hecha jirones.

El kirchnerismo y su popularidad están basados en un populismo de izquierda burdo y mentiroso. Javier Milei, por su parte, como su discurso encendido, su imagen leonina, propuestas radicales y un mesianismo peligrosísimo —como cualquier mesianismo— ofrece no un paracetamol para mitigar el dolor, ni un tratamiento calculado y seguro para sanar la jaqueca, sino una lobotomía de urgencia para extirpar la fuente de todos los males. Y todos sabemos que ante el dolor inaguantable, la solución más rápida es el remedio a tomar, sin importar demasiado los efectos secundarios.



1 Fernando Aramburu, "Los Vencejos" (Tusquets, 2021. p 140).

«Oye, y tú crees que a las plantas no les duele eso?»

Eso decía la Mimi, con voz severa y el ceño fruncido, quizás hasta realmente enojada, cuando éramos niños y recorriendo, paseando, jugando por los caminos de Las Brujas arrancábamos una ramita, una hoja o una flor de cualquier planta. Entonces, yo lo escuchaba de parte de una señora cascarrabias que no entendía que yo quería jugar a ser un espadachín con la ramita esa del árbol.

Pero el tiempo, la vida, nos va ofreciendo nuevas perspectivas de las cosas. Y esa frase, «Oye, ¿y tú crees que a las plantas no les duele eso?», tiene hoy día, en que vinimos a despedimos, otro sentido muy diferente al que tenía entonces.

Tuve la buena fortuna, que comparto con mis primos y hermanos, de haber tenido tanta vida con la meme. Son tantos años de abuela, que hay piezas de niñez, de juventud y de adultez en el puzzle que terminamos ayer con la Mimi. Una es esas navidades en Talagante, al pie de esos pinos enormes decorados solo con adornos plateados. Otra son las Pascuas pintando huevitos con búsquedas interminables de canastos escondidos por todo el jardín. Otra, los domingos calurosos en la piscina con el agua más fría de la vida. La pieza de cuando aprendí que su nombre era Josefina; la de los almuerzos multitudinarios bajo el parrón; la de esas siestas de domigo por la tarde; esa en que nos reíamos de sus chistes con doble sentido; la de los 'espehle' y la de lo costillares al horno con kartoffelklöße y rot kohl; la de mis hijos abrigados con chalequitos tejidos a mano; las de esos juegos de canasta y esas en que encontramos la última pieza de un puzzles debajo de la cama.

Nos quedamos con su risa, con sus chistes, con sus retos, también; con sus miradas con las que decía tanto, con sus sabores, con su preocupación infinita por los demás, con su abnegación, con sus «miravetú» y sus dichos en alemán con respectivas traducciones. Son tantas cosas las que nos marcaron a todos y a cada uno de los que estamos aquí, tantas las razones que nos trajeron aquí un domingo a la hora de almuerzo, como siempre.

Sobrevivió tres terremotos, para llegar a los 97 años mejor de lo que cualquiera de nosotros podría soñar. Hasta que llegó ese punto en que ya vivir no tiene mucha gracia. Un periodo corto, por fortuna, durante el que nunca se quedó sola porque cosechó lo que sembró y cultivó toda su vida con el mismo cariño y cuidado con que cultivaba sus rosas.

Ahora de grande y en este momento, ese primer recuerdo –«Oye, ¿y tú crees que a las plantas no les duele eso?»–, lo entiendo de otra manera: aunque las personas no somos plantas, sí nos duele cuando nos arrancan una Mimi.


Cuidar la Ortografía

Papá Lenguaje y mamá Idioma iban junto a su hija Ortografía paseando por el parque. Se descuidaron un segundo y la pequeña se les perdio de vista.
–Donde estas ija!? –grito mama
–¡no te ezcondas, niña –dijo papa mientra hiban de akí para aya decesperados
–busca tu por ece lado y llo voy por aca –propuso apurado papa. Mama ce kedo inmovil zin entender que le abia dicho y ciguio gritando "Ze nos perdio la ortografia, Ce noz perdio la hortografia!"

Hay quienes soñaban con ser astronauta👩‍🚀, detective privado🕵️‍♂️ o médico👩‍⚕️; hacker👨‍💻, policía👮‍♂️ o superhéroe🦸‍♀️; yo soñaba con ser escritor.
Ese sueño se mantiene vigente y lo hago realidad todos los días, tanto en mi #trabajo como en mi tiempo libre. De 9 a 18, sacándole provecho a la #creatividad y habilidades de literarias para hacer comunicación estratégica, aportando al entendimiento mutuo y la generación de conversaciones que generen valor; en otros horarios e instancias, experimentando con argumentos y personajes, explorando temas y jugando con tonos y estilos.
Este un que escribí para un concurso literario en el colegio de mis hijos: "Cuidar la Ortografía" y quería compartirlo.

«El siglo XX fue una época de plagas... y de flautistas»

Esta oración, con la que tras recordar el cuento El flautista de Hamelin, Niall Ferguson —en su libro La plaza y la torre (Debate, 2016)— comienza una breve y poéticamente cruda descripción de la Europa inmediatamente posterior a la Primera Guerra Mundial:

«El siglo XX fue una época de plagas... y de flautistas. Como es bien sabido, la fase final de la Primer Guerra Mundial coincidió con una pandemia global, cuando una versión letal del virus de la gripe asoló el planeta, lo que causó la muerte a decenas de millones de personas, especialmente jóvenes. No fue esta la única plaga del periodo comprendido entre 1917 y 1923, una cepa mutante del marxismo desarrollada por los bolcheviques rusos arrasó asimismo la masa continental euroasiática, al tiempo que nuevas formas de nacionalismo generaban virulentos movimientos fascistas en todos los países europeos. [...] También hubo una plaga económica, la de la hiperinflación, que causó estragos no solo en Alemania, sino asimismo en Austria, Polonia y Rusia. Frente a esa plagas, la gente recurrió a diversos flautistas: hombres que ofrecían un liderazgo carismático y soluciones drásticas. Sin embargo, como la población del Hamelín medieval, quienes dieron poder a aquellos flautistas lo pagaron con la vida de sus hijos».

Leí estos párrafos hace un par de días... y no puedo dejar de pensar en las coincidencias entre aquel y este inicio de siglo. Y me pregunto, cómo despavilar, cómo darnos cuenta de que la música que escuchamos es la de flautistas guiándonos al gólgota.

James Elder Christie, "The Pied Piper of Hamelin" (1881)

Bleeding Wound

Lo que está pasando en Estados Unidos estas últimas semanas es horrible. Y las conversaciones que me rodean, aquí en este último rincón del mundo, en los medios de comunicación y, especialmente, en las redes sociales, se fijan en la violencia de las protestas, los incendios, en lo atroz que es ver auto patrulla atropellando civiles; en cómo el lumpen se aprovecha de las protestas pacíficas para «dejar la cagá»; en si todo esto favorece o no la reelección de Trump... Harta comparación con el 18 de octubre, harto de «eso de los derechos humanos» y un «correr bala y se acabó todo».
Y me da rabia.
Yo tengo un amigo. Él es de origen africano y su piel es negra como la noche oscura. Creció en Nueva York, es enfermero y hoy vive en California con su mujer y su hijo. Hace un par de años estuvieron en Chile, se quedaron en mi casa, fuimos a Valparaíso a comer chorrillanas al Jota Cruz. Y una de esas noches, tomándonos unas piscolas me atreví a preguntarle por el racismo. Lo conocía de años, pero ese viaje nos acercó, nos dio la confianza y me atreví. Me dijo, y parafraseo por supuesto: «Hueón, sí, hueón». Su semblante cambió. Su sonrisa, de esas que usan la cara completa, se trizó y su ser entero se cubrió con un manto de tristeza horrible. Su mujer, que (y esto para la anécdota es clave) es más blanca que el papel, agachó la cabeza. Ahora que lo pienso, agobiada por un sentimiento amalgamado de rabia, vergüenza, resentimiento y pena. «No me ha pasado una vez, sino varias que la policía me detiene, me hace callar y le pregunta a ella si está bien, que si necesita ayuda».
Cosas como esa, les pasa a los afroamericanos todos los días, en todos los estados, en los colegios desde que son pequeños y en las calles. La policía los acosa, son sospechosos de todo únicamente por ser negros.
La discriminación racial es pan de cada día para millones de personas en Estados Unidos.
Y, ojo, no es muy diferente a lo que hacemos aquí con las mujeres, con los inmigrantes pobres y con los pueblos originarios.
Son heridas dolorosas y muy profundas que, a veces, como hoy, sangran.

Cuando florecieron los magnolios

A finales de agosto, en estas fechas, pasa algo que mí me encanta: florecen los magnolios. Árboles desnudos que, todavía en pleno invierno, sueltan botones blancos, púrpuras y rosados y con ello gritan, como los suplementeros de antaño: «¡Se acaba el invierno, señores! ¡Tiene los días contados! ¡Se acaba el invierno!». Yo no sé qué piensan ustedes, pero a mí, eso me parece una excelente noticia.
En esta misma época, pero en 1939, hace ochenta años, un carguero francés, fletado por el Gobierno Español en el Exilio, y patrocinado por el Gobierno de Chile, salió de Burdeos con dos mil ciudadanos españoles rumbo a los confines del mundo: el Winnipeg.
En España y todo Europa, comenzaban a soplar los vientos helados ("winter is comming"); se acercaba el invierno y una nueva guerra, una que sería más grande y mucho más terrible que la lucharon entre sí los españoles entre 1936 y 1939. Estos hombres, mujeres y niños partirían, dejándolo todo atrás porque lejos, muy lejos, en un lugar llamado Chile —del que no tenían mucha idea de cómo era ni dónde quedaba—, un grupo de personas, afortunadamente poderosas, los querían.
La historiografía y la literatura le reconocen gran parte del mérito al Presidente de la República, Pedro Aguirre Cerda, y a Pablo Neruda. El poeta, quien dedicaba por esos días sus horas a escribir lo que fue su Canto general y cuya adhesión política lo sentaba junto a los combatientes derrotados por Franco, acudió al mandatario con la intención de dar asilo a exiliados españoles. El mismo Neruda dedica buena parte de sus memorias a este episodio de su vida. Relata la buena recepción, el entusiasmo, del presidente radical: «Sí, —habría sido su respuesta— tráigame millares de españoles. Tenemos trabajo para todos. Tráigame pescadores, tráigame vascos, castellanos, extremeños». Había, también y sin embargo, quienes se oponían a la medida. Los debates parlamentarios y en los medios de comunicación fueron duros: El Diario Ilustrado hablaba de la cesantía y de los problemas de salud pública y un diputado calificó a los "rojos" de «ladrones y asesinos». El Gobierno enfrentaba la crisis que desató el terremoto de Chillán y tuvo defender su decisión con ahínco y propaganda.
La Guerra no pudo ser otra cosa que un calvario, para los que la pelearon en el frente y para los que la sufrieron en los pueblos y ciudades. La derrota obligó a cientos de miles a escapar, con una mano por delante y otra por detrás, desertores solitarios y familias enteras cruzaron los Pirineos huyendo. Algunos deambularon por pueblos y ciudades, los más fueron confinados en campos de refugiados en todo Francia y el norte de África.
Instalado en la Embajada de Chile en París, Neruda hizo la pega. Había repartidos medio millón de españoles en territorio galo y solo dos mil cupos en el barco. No puede haber sido sencillo conciliar el mandato del Gobierno chileno, "tráigame hombres capacitados", con los ruegos de hombres con familia, las presiones de los representantes de los partidos políticos españoles y su propio sesgo.
Con todo, el Winnipeg zarpó el 4 de agosto, cuatro meses después de haberse declarado el fin de la Guerra y fijó proa al oeste, emulando la ruta que hizo Colón en 1492 y que tantos millares de peninisulares siguieron durante cuatro siglos, surcando el océano Atlántico rumbo a un nuevo mundo.
Dos mil cuatro fueron finalmente los que abordaron el Winnipeg: mil doscientos noventa y siete hombres, trescientas noventa y siete mujeres y trescientos diez niños y niñas.
Zarparon de Burdeos, en el norte de Francia, y la primera parte de recorrido fue a través del mar Cantábrico, como dándole a este grupo la oportunidad de escudriñar el horizonte a babor y despedirse de España, de la España que habían soñado y por la que muchos de ellos pelearon en la Guerra. Muchos no volverían nunca más.
Aún en el Atlántico, los pasajeros del Winnipeg hicieron escala en Guadalupe para reabastecerse, se cruzaron con un buque alemán y se enteraron del pacto de no agresión entre la Unión Soviética de Stalin y la Alemania Nazi de Hitler. Luego, estuvo cuatro días esperando atravesar el Canal de Panamá. Durante la espera, casi hubo un motín a bordo, liderado por un grupo de vascos, porque se corrió el rumor de que el barco regresaría a Francia, requerido por la Armada francesa que se preparaba para la guerra que venía. En realidad, lo que ocurrió es que los encargados no habían pagado los derechos para cruzar el Canal. Ya en el Pacífico, el barco bordeó las costas de Colombia, Ecuador y Perú hasta que ancló, el 30 de agosto, frente a Arica. Aquel fue el primer contacto que los españoles del Winnipeg tuvieron con Chile. Allí, se realizó la primera inspección de las autoridades chilenas. Había dieciséis pasajeros más de los que embarcaron en Burdeos. Dos de ellos nacieron durante el viaje, había quince polizontes (doce españoles, dos guadalupenses y un chileno) y hubo uno que murió y fue sepultado en altamar. En Arica se quedaron veinticuatro hombres y el barco retomó su viaje al sur, hasta su destino final: el puerto de Valparaíso. Llegaron dos días más tarde: la noche del 2 de septiembre. Casi enterando un mes de viaje, el Winnipeg atracó frente a aquella ciudad que colgaba de los cerros. Dicen que aquella fue la noche más larga de todas.
En las memorias de Leopoldo Castedo —uno de los españoles del Winnipeg más reconocidos públicamente— hay un pasaje, un recuerdo suyo de aquella noche.
Dice:
«No olvidaré nunca las palabras de una niña de unos diez u ocho años que escuché, sin que ella lo sospechara, acodado en la baranda y contemplando el extraordinario panorama: "Mamá, cuando estábamos en Madrid, nos echaron a Valencia; y cuando estábamos en Valencia nos echaron a Barcelona. De Barcelona nos echaron a Francia y de Francia a Chile, que dicen que está en el fin del mundo. ¿Cuándo nos echen de Chile, a dónde nos vamos a ir?"».
A la mañana siguiente, el domingo 3 de septiembre, los españoles del Winnipeg pisaron tierra chilena y rápidamente comenzaron a desperdigarse. Veinticuatro ya habían desembarcado en Arica, seiscientos se quedaron en Valparaíso y el resto tomó el tren a Santiago; algunos se fueron bajando en el camino, en Villa Alemana, en Llay Llay, en La Calera; luego unos partieron a Antofagasta, otros a Rancagua, a Concepción, a Chillán... Todos a buscar trabajo y a echar raíces.
Uno de esos españoles del Winnipeg era Laureano Miranda, mi bisabuelo, natural de Castro Urdiales; que subió al barco familia a cuestas: su mujer Asunción García y nueve hijos: Miguel, Rafael, Leonardo, Elena (mi abuela), Virginia, María Teresa, Paco, Isabel y Rosario. Salieron de España cruzando los Pirineos, Asunción y los niños estuvieron en un campo de refugiados en Le Havre, bajo amenaza de ser repatriados. Él hizo los trámites, hizo peticiones, recorrió oficinas, se entrevistó con Neruda, hinchó hasta conseguir los pasajes. Como no tenían permiso de las autoridades francesas para viajar, no les permitían dejar el campamento. Los raptó y recorrieron seiscientos cincuenta kilómetros en un taxi hasta Burdeos, subieron al barco, viajaron a Chile y se quedaron en Valparaíso. Los niños crecieron, se casaron y tuvieron hijos, treinta y ocho en total; que a su vez, tuvieron setenta y cinco hijos. Y uno de ellos soy yo.
Así, solo puedo agradecer lo bueno y lo malo: la guerra, el éxodo, la generosidad del Gobierno de Pedro Aguirre Cerda y del pueblo chileno porque a esa pequeña que recuerda Castedo, que perfectamente pudo haber sido mi abuela o alguna de sus hermanas, no la echaron nunca. Porque, cuando florecieron los magnolios en 1939, el Winnipeg navegaba y Chile recibió a esa niña con la noticia de que un largo invierno llegaba a su fin.


Ayer se cumplieron ochenta años de la llegada del Winnipeg a Chile. Este texto lo compartí hace un par de semanas con la Colectividad Cántabra de Chile, en un almuerzo homenaje a los migrantes cántabros que llegaron en esta ocasión, entre ellos mi abuela.

Taller literario en Vitacura (3ª versión)

Con gran alegría y entusiasmo les cuento que en abril y mayo, los días miércoles de cada semana, estaré guiando la tercera versión del Taller Literario en Vitajoven, una instancia pensada para interesados los que cargan la mochila de querer escribir, para los que quieren iniciarse o revivir en la tarea de crear a través de las palabras. Es un taller para principiantes, diseñado para transitar por los procesos creativos y de oficio, con una base teórica básica y foco en el ejercicio, la organización y la exposición al público. El objetivo es motivar a los participantes, incentivar la creación literaria y motivarnos.
El taller tiene tres características fundamentales: (1) es práctico, con lectura y ejercicios; (2) es expositivo porque mostraremos nuestro trabajo y recibiremos crítica (trabajaremos a hacer crítica y cómo recibirla); y (3), metodológicamente, es una trenza, o sea, el trabajo sesión a sesión va entrelazando contenidos, ejercicios y lectura en función del objetivo final: escribir un cuento.
Las inscripciones ya están abiertas en el sitio web de Vitajoven (www.vitajoven.cl) y hay descuentos especiales para los primeros que se inscriban, a los vecino de Vitacura que tengan la tarjeta Mi Vita y para los que se inscriban en grupo.
Si tienes dudas, escríbeme un mensaje a través del fanpage Talleres Literarios.





«Antípoda»

En el siglo II antes de Cristo, Crates de Malos propuso el primer modelo terráqueo esférico. Este globo estaba divido en cuatro regiones: Oecumene que correspondía al mundo conocido, o sea, Eurasia y el norte africano y tres regiones hipotéticas: Perioeci, otras tierras que habría del hemisferio Norte; Antoeci, lares desconocidos hacia sur; y Antipodes, en el lado opuesto del mundo.
De aquí, y de su etimología (del latín antipŏdes y este del griego ἀντίποδες), antípoda significa "lo opuesto".
Actualmente, y en sentido estrictamente geográfico, las antípodas no son otra cosa que el par de puntos diametralmente opuestos en la superficie del planeta, el otro lado del mundo. La antípoda de la ciudad de Santiago de Chile está en las coordenadas treinta y tres grados veintiséis minutos y casi trece segundos de latitud norte, ciento nueve grados veintiún minutos y cincuenta y seis y fracción segundos de longitud oeste (las coordenadas opuestas a la ubicación de la Plaza Baquedano); esto es a casi tres horas en vehículo motorizado de la capital de la provincia china de Shaanxi: Xi'an.
–o–
esdrújula n°1.342: «antípoda».


El lado oscuro de los párpados

Cerré los ojos ante la pantalla. Casi un instante, algo más que pestañear. Ese entonces, en el lado oscuro de los párpados, reveló diáfanos mis paisajes interiores. Aquella vastedad que quisiera ver con los ojos abiertos.

Hace un par de semanas, participé en un reto de microcuentos.es titulado Mis paisajes interiores con este microcuento, hecho a propósito con el pie forzado de usar íntegramente la frase «mis paisajes interiores», titulado El lado oscuro de los párpados y publicado aquí.

La loca de la cartera

—¡Me voy a volver loca! ¡Me voy a volver loca! ¡Me voy a volver loca! —Repetía al tiempo que hurgaba su cartera buscando quién sabe qué.
«Para eso, tendríamos que asumir que hasta ahora has estado cuerda.» Pero prefirió no decirlo.