Me puse a leer la tercera novela de
Pablo Simonetti,
La barrera del pudor (
Norma, 2009;
Alfaguara, 2013) tras los ácidos comentarios de mi madre y mi mujer que lo leyeron durante el verano. Según ellas, Simonetti "tiene muchas ganas de de ser mujer". Al parecer, el contenido sexual explícito y cómo el sexo constituye el centro articulador de la emocionalidad de la protagonista marcaba el desarrollo de la novela de manera sustantiva y la disociación autor/narrador es una ficción que inventó la teoría literaria. Yo había leído antes
Madre que estás en los cielos (
Planeta, 2005;
Alfaguara, 2013) y me gustó. Así, decidí enfrentarme a sus doscientas y tantas páginas haciendo como lo intento siempre, desasociando al autor del narrador y esperando que me cuenten una buena historia, una que me entretenga y, ojalá, que me cautive.
Cabe decir que la lectura cumplió su objetivo: me entretuve y me cautivó lo suficiente para sentarme a redactar este artículo. Amelia, la protagonista, es una paisajista que se retira a su casa de recreo a pasar su duelo tras separarse de su marido, Ezequiel Barros –un periodista y crítico literario que sufre de impotencia, de eyaculación precoz y de un desapego emocional generalizado. Se la quiere pasar sola, quiere llorar, pensar, recordar, entender, evitar explicárselo a los demás y ubicarse de nuevo en el mundo. La novela transcurre durante un verano, mientras recibe las visitas de su hermana, de un antiguo amante, del mismo Ezequiel y de Roque, su amante actual (¿o es su pareja actual?). A punta de conversaciones y recuerdos revive toda su relación con Ezequiel, intenta sacar conclusiones, justificar la separación y asumir el fracaso. Lo culpa a él y a su impotencia y falta de libido, a su falta de voluntad para satisfacerla. Se culpa ella y a su deseo sexual. Efectivamente, como adelantaron mi mamá y mi señora, el sexo es el centro casi toda la argumentación: la insatisfacción de Amelia y la dejadez de Ezequiel, los amantes y los experimentos que desafían la barrera del pudor.
La novela tiene seis capítulos: cinco visitas más un epílogo. La primera visita es de Josefina, la hermana de Amelia, una representación bastante burda de la presión social. Una lluvia de preguntas llenas de copuchentería y consejos que tienden al conservadurismo y al cuidado de las apariencias. La típica ilustración social de la clase acomodada chilena, articulada desde la rebeldía de uno de sus miembros adscritos por obligación: Amelia es la oveja negra, la mujer que decidió no tener hijos, la que tiene amantes y que se separa de su marido. Ella, si bien oye las voces de la tradición familiar, las desobedece y le molesta abiertamente que intenten obligarla a ceñirse el vestido de niña buena que solo está dispuesta a ponerse para las ocasiones especiales, más por conveniencia que por convicción. Si puertas afuera todos están contentos conmigo, puertas adentro puedo hacer lo que mejor me parezca.
La segunda visita es la de Bernardo Otero, un arquitecto con el que había trabajado y tenido una aventura años atrás. A él, la vida social le achaca la responsabilidad de la separación de Amelia. Ella niega la aventura públicamente y reniega de que esta haya sido la causa de la separación. De hecho, esa relación terminó hace años y fue parte de la ecuación de su matrimonio. Aquí hay mucho ruido literario, la visita de Bernardo sirve para contarnos la historia del matrimonio de Amelia y Ezequiel. Se nos revela muchos de sus problemas. Se nos revela los personajes y su relación, pero el rol de Bernardo y su visita sólo sirve de excusa para contar la historia.
La tercera visita es del mismísimo Ezequiel. Aquí comienza de verdad la evolución del personaje de Amelia y la historia propiamente tal. Hacer un resumen, sería adelantarles la aventura. La cuarta visita es la de Roque, un director de cine con quien Amelia mantiene una relación desde hace algún tiempo. Luego, vuelve de visita Ezequiel. Finalmente, el epílogo nos cuenta cómo sigue la vida de Amelia.
Estos tres últimos capítulos (las últimas cien, ciento cincuenta páginas) son la columna vertebral del libro. Amelia se enfrenta a sus propios fantasmas, hace duras introspecciones y sigue relatando, usando raccontos, su matrimonio, buscando entender, buscando porqués, intentándose explicar qué salió mal, por qué fracasó su matrimonio.
La barrera del pudor no es la obra maestra de Simonetti, no creo que la haya escrito aún. La falta sustancia a la fábula. Las visitas de los personajes no tienen la misma relevancia en el vaivén emocional de la protagonista y esa importancia no está bien reflejada ni en la cantidad de páginas dedicadas a cada visita ni en la intensidad emocional de cada capítulo.
El libro es entretenido y se lee rápido, sin caer en la liviandad. Habla de temas complejos y se hace cargo de uno de los grandes problemas del individuo cuanto ser social: vivir y ser feliz bajo los constructos ideológicos del ambiente. El debate de Amelia, es el debate de todos: por un lado busca adaptarse a la sociedad, en términos freudianos, su súper yo, se hace presente desde su entorno y desde su propia conciencia; por otro, pretende liberarse. El sexo es al mismo tiempo fuente de frustración y la válvula de escape por donde libera energía y puede ser un poco más libre, estar un poco más contenta, ser un poco más feliz.