Sebastián Echeverría

El símbolo perdido (y la prosa de Dan Brown)

(Publicado originalmente en Club de Lectura en enero de 2010.)
Los libros de Dan Brown asustan a los lectores primerizos. Parecen sendos volúmenes con más de seiscientas páginas y hablan de arte y símbolos. Cualquiera se podría imaginar una novela cabezona y difícil de leer. Al mismo tiempo, se muestran interesados en leer. El fenómeno best-seller, las estrategias de marketing y el hecho de que el protagonista de la historia sea Tom Hanks surten efecto y El símbolo perdidoThe Lost Symbol– (Planeta, 2009) lidera los ránquines en el mundo: varios miles lo compran, varios miles lo leen.
Yo lo acabo de terminar [en enero de 2010] y, tal como El código da Vinci y Ángeles y demonios, las seiscientas páginas pasaron rápido y en un par de días la aventura de Robert Langdon ya había terminado.
No voy a contarles la trama. Léanlo. Sólo quiero rescatar algunos altos de lo que muchos denominan literatura pop, un libro para entretenerse en las vacaciones.
En el Club de Lectura leí un post de Pedro Verdugo acerca de El código da Vinci:
«Es un caso interesante, porque está horriblemente escrito, aún en inglés, con una prosa suelta, con poco vocabulario, en un estilo que funcionaría mejor si Dan Brown hubiera siquiera tenido el cuidado de condensar cada párrafo para decir lo que había que decir con las palabras estrictamente necesarias. Pero no fue así. De modo que la oferta es una buena historia, entretenida y llena de misterio, pero mal contada.»
Este comentario se proyecta sobre El símbolo perdido (también sobre Ángeles y Demonios) porque el estilo narrativo es exactamente el mismo. Dan Brown escribe relajadamente, usando mucho diálogo directo y capítulos cortos, lo que deja muchos espacios blancos en cada página. Sus novelas tienen sucesivos raccontos explicativos, tanto de la propia historia como de la teoría académica que sustenta la historia. Las narraciones en paralelo de los distintos personajes en estos capítulos cortos crean una expectación que hace muy difícil dejar soltar el libro. El narrador omniciente nos permite ser testigos de todo lo que pasa en la novela, los que nos ofrece una perspectiva que luego el cine no puede repetir. El vocabulario utilizado es altamente disímil: mientras el lenguaje coloquial es la tónica, hay mucho concepto místico, símbolos y elementos gráficos y pictóricos que, por lo menos a mí, me sacan del libro y me sientan a leer Wikipedia. Sinceramente, creo que la prosa de Dan Brown es espectacular.
Ayer leía un artículo, The Death of Fiction?, que me dejó la siguiente reflexión:
«En realidad, no todos pueden ser médicos, no todos pueden ser deportistas profesionales y no todos pueden ser escritores. Puedes ser un hermoso copo de nieve, pero si no puedes expresar esa individualidad en una excelente prosa, yo no quiero leerlo.»
Dan Brown es un autor que está preocupado de cautivar al lector y lo logra. Sus historias entretienen y educan de manera entretenida. También presenta cosas desde ángulos que antes no veíamos y si nos lo queremos tomar más en serio es cosa de leer con ojos más agudos. Además, está preocupado de ganar dinero, cosa en la que también tiene éxito.
¿Para qué es la literatura a fin de cuentas?



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Estado de miedo

(Publicado originalmente en Club de Lectura en abril de 2010.)
Este libro me lo leí en el verano [de 2010]. Es un best-seller escrito claramente para ser transformado en celuloide. El autor, Michael Crichton, es un prolífico escritor estadounidense cuyos libros no pocas veces terminan en la pantalla grande: Jurassic Park y su secuela El Mundo Perdido, El Hombre Terminal y Sol Naciente, por mencionar algunas.
Estado de MiedoState of Fear– (Círculo de Lectores, 2006; DEBOLS!LLO, 2015) trata de cuatro personas: un abogado ambiestalista, la asistente de un magnate ambientalista y dos agentes de EPA, la Agencia de Protección Ambiental del Gobierno de Estados Unidos, que recorren el mundo intentando sabotear una serie de atentados ecoterroristas. La fábula es bien básica: el protagonista, Peter Evans, es un héroe por casualidad (de la misma onda que Alan Grant en Jurassic Park) metido en un gran lío; las aventuras tienen mucha acción y situaciones límite y es tremendamente gráfico, en este sentido creo que la narración está muy bien lograda. El libro, si bien es largo, se lee rápido y entretiene.
Ahora, el contexto de la novela. Para ser un best-seller tiene harta enjundia. Es una novela muy política y se pone en una situación que quiebra el punto de vista tradicional acerca de la ecología y los movimientos ambientalistas. Aqui, los ecologistas son los malos, de hecho son terroristas: inventan todo el discurso social acerca del calentamiento global y producen artificialmente sus consecuencias. Están ocupados de abarcar la mayor prensa posible, seducir a los actoricllos hollywoodenses para salvar el planeta y conseguir millonarias donaciones para hacer sus investigaciones, sus seminarios y mantener un estilo de vida de ricos y famosos.
Un pequeño pasaje de la novela es, desde mi punto de vista, la clave. De hecho, es la que le da el título a la novela. Un sociólogo, catalogado de buscaproblemas por los mandamases ambientalistas, irrumpe en un seminario para insistir con su teoría de que todo eso es una patraña comunicacional barata, desarrollada únicamente por las fuerzas de control social que intentan mantener un estado de miedo en la población. Una especie de estado orwelliano creado con las herramientas a disposición del sistema liberal: la prensa y el discurso político.
El libro está lleno de referencias científicas que son declaradas verídicas que tienden a desmentir el apoyo de la comunidad científica a la teoría del calentamiento global, pero el autor se desmarca de cualquier posición definitiva al respecto. Igual, por lo menos a mí, me clavó una enorme duda.


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Crepúsculo (en novela y en celuloide)

(Este artículo que es, dicho sea de paso, una compilación de dos artículos fueron escritos y publicados en 2010 en la revista La Pollera, cuyo contenido no he podido recuperar.)
En los dos últimos números de La Pollera (115 y 116) [2010] fueron publicados una crítica literaria de CrepúsculoTwilight– la novela, escrita por Stephanie Meyer y una crítica de cine de la película basada en esta y del mismo título. Ambas escritas por mí. Si bien, tanto la película como el libro resultaron ser sendos éxitos comerciales, a mí me parecieron, si no malos, mediocres. Pero sí logró cautivarme lo evidente que se hace la diferencia en un relato literario y uno cinematográfico.

(1) LA CRÍTICA LITERARIA.

Me lo advirtieron: no te va a gustar, es un libro para minas. Yo, el porfiado, lo leí igual. Quinientas y tantas páginas, trescientas ochenta que podrían resumirse en una frase: "¡Puta que es lindo Edward!" y las últimas ciento veinte que resultan bastante entretenidas, cuando los vampiros le dan caza a la humano. Crepúsculo es producto de la sed comercial literaria del público teenager gringo. Esa que es más contagiosa que la gripe porcina y que tiene a gran parte del público femenino, menor de veinte años, devorando las páginas del vampiro vegetariano que se enamoró de la humana. Él la cuida a toda costa, de peatones cariñosos y atropellos adolescentes. El tipo es bien parecido y mitserioso, con una estructura ósea perfecta y la piel blanca más que la cresta: mino y bonachón. Edward Cullen es la representación perfecta del príncipe azul a la Disney y por ello a todas les encanta y disfrutan las primeras cuatrocientas ochenta páginas que yo habría resumido en media plana. Sin embargo, este es precisamente el giro que la autora consigue existosamente: hace millones de dólares, vende los derechos a Hollywood y alcanza el cuatro pelado en términos literarios: el príncipe azul es un vámpiro. Invierte las cacarcteríticas de los roles clásicos, pero mantiene la fórmula. La narrativa es poco misteriosa, las preguntas se van revelando con rapidez a través de la narración en primera persona de la protagonista, Isabella Swan, personaje construído prototípicamente a partir de la adolescente sin gracia norteamericana (otro acierto comercial de Meyer) que se muda de Phoenix en Arizona a Forks, un pueblo cagón en el estado de Washington donde llueve prácticamente todos los días. Bella, como ella insiste que le digan, es una chica tímida, callada, torpe y no particularmente bonita que enamora al tipo más mino-rico-esquisito de toda la escuela, el tipo más inasequible de todo el pueblo. ¡Es el sueño de todas las chicas! Meyer logra que las mujeres se identifiquen con Bella y sueñen a los quince con este príncipe azul que, salvo por los detalles de la fábula, es el mismo con el que soñaban a los siete viendo cualquier película de Disney. Para los varones, e incluso para mujeres adultas, Crespúsculo tiene la misma gracia que ¿Dónde está Elisa?, hay que saber de qué se trata para no perderse las conversaciones. Para las adolescentes es un librazo, les cuenta al oído todas sus fantasías, las enamora una vez de un príncipe azul que además desafía todos los cánones establecidos. Edward es una fusión entre el sueño absoluto del príncipe azul y el desafío a las reglas típico de la adolescencia, es decir, para las mujeres entre doce y veinticinco es la fantasía ideal.

(2) EL COMENTARIO DE CINE.

Tras leer el libro, decidí ver la película. Me senté, le puse play y, tras los 90 minutos, me dije: qué bueno es el libro. Sin embargo, con el paso de los días, noté que había hablado con varias personas acerca de sus diferencias, de cómo presentaban a los personajes y de cómo desarrollaban la historia, que es la misma, pero no. Nunca pensé que un producto tan light me haría reflexionar tanto acerca de la dupla novela-película.

Igual que el libro, Crepúsculo, la película, fue un éxito comercial. Millones de espectadores en las salas de cine, de descargas ilegales en Internet, de devedés originales venidos, merchandising al por doquier. Sus actores arrasan en los shows de televisión, se ganaron varios premios MTV Movie Awards y firmaron jugosos contratos para protagonizar los capítulos siguientes de la saga. Pero la película es aburridísima. Avanza como por inercia, a los personajes no se les explica y, por lo tanto, no se les entiende. Edward Cullen, el vapiro mino interpretado por Robert Pattinson, es un adolescente irresponsable de diecisiete años, embobado con una chiquilla que huele rico. El personaje del libro es un vampiro de ciento cuatro años que posa de un quinceañero, que se enamora de una humana y entiende las dificultades de una potencial relación amorosa. En la novela, Edward es un personaje complejo, con el que uno llega a empatizar. En la película eso es imposible. En el mismo sentido, la protagonista Isabella Swan, interpretada por Kirsten Stewart, es la narradora de la novela y, si bien, es ella es foco de la narración en la película, no podemos acceder a sus reflexiones. (Cosa obvia en el cine.) Esto nuevamente impide comprender el personaje, hace imposible querer darle cachetadas y hacerla entender que es una idiota, que Edward es un vampiro y que está en peligro junto a él. En realidad, debe ser como lidiar con un adolescente en la vida real. Hasta aquí, sólo destaco cuán pobre es la película en comparación al libro. Pero, estas son cuestiones obvias: el cine es un arte distinto, donde no hay narradores capaces de entrar en psique de los personajes. Mientras la narrativa permite estas cosas fácilmente, el cine no puede explicar literalmente por qué un personaje toma cuál o tal decisión ni por qué de repente se puso a llorar ni nada. El cine cubre lo invisible de los personajes con un velo, a través de sus actos los conoceréis. Será gran gracia del director, en primer lugar, y de los actores ser capaces de presentarnos los hechos tan nítidos que logremos entender a los personajes. Conversaciones, miradas, sonrisas, reacciones y raccontos saltan como los recursos disponibles para descifrar el código de cada personaje. Quizás, Crepúsculo (la película) carece de todo esto, mientras la novela sí nos lo permite. La directora, Catherine Hardwicke, no estuvo a la altura de la adaptación. Los actores son unos bodrios. El resultado es una película mediocre, fragmentada y sin gracia. Sin embargo, gracias a que Crepúsculo (la película) adolece de todos estos defectos es que pude entender el tremendo desafío que significa narrar una película o hacer un personaje. Ahora, cuando veo una película valoro y disfruto mucho más cuando una historia se me devela con fluidez sólo pudiendo mostrar la faz de un grupo de personajes.

Ahora el plan es releer Harry Potter y el misterio del príncipe (Harry Potter and the half-blood prince) porque esta no sólo es una saga notable en el papel, sino también lo es en la pantalla.


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La creación a partir del plagio

(Publicado originalmente en El Rancahuaso en diciembre de 2008.)
Mi papá me hizo llegar la semana pasada una canción de John Lennon titulada You Can't Catch Me. Al escucharla, me di cuenta que era extremadamente parecida al clásico Come Together de The Beatles. Un plagio a todas luces, obvio y descarado. Pero, ¿quién copió a quién?
Esta versión de You Can’t Catch Me de Lennon data de 1975, posterior a Come Together (1969), pero no es la versión original. Esta data de 1955 y es original de Chuck Berry y se parece menos al primer track de Abbey Road. Sin embargo, hasta aquí la cosa igual es medio sospechosa: una canción original de Berry, mediocopiada luego por Lennon y luego versionada por él mismo más parecida todavía a Come Together.
Para darse cuenta de todo esto, sólo basta escucharlas:
John Lennon – You Can't Catch Me (1975).
Chuck Berry – You Can't Catch Me (1956).
Toda esta madeja se desenrrolla notablemente, evidenciando lo tremendo que era John Lennon, su autoridad en materia musical y comercial.
Paul McCartney cuenta la gestación de Come Together, en julio de 1969:
Originalmente [John] lo trajo como una cancioncita muy vivaz, y le señalé que era muy similar a You Can’t Catch Me de Chuck Berry. John reconoció que se le parecía bastante, así que le dije: "Haz lo que puedas para cambiarla un poco". Le sugerí que tratáramos de hacerla más pausada. Le agregué esa parte de bajo que en gran medida establece el tono. En realidad es una parte de bajo que ahora la gente usa con frecuencia en los discos rap. Pero ésa fue toda mi contribución.[1]
No existen, o por lo menos no se conocen, grabaciones de las primeras versiones de Come Together, pero la similitud fue evidente para el dueño de la canción de Berry, Morris Levy.
Aunque obviamente se le concibió como un afectuoso homenaje a Berry, ese tema metió a John en problemas bastante serios a principios de los setenta, cuando, a manera de compensación, Levy lo persuadió de lanzar un álbum de canciones de rock and roll para venderlo por correo a través de la empresa Adam VII Ltd. de su propiedad [2].
Este disco, titulado Rock 'n' Roll, fue editado en 1975 y es una compilación de clásicos rocanroleros de los cincuenta y sesenta versionados por Lennon.
Su carátula muestra a un Lennon cincuentero y siempre me pareció una rareza, una producción extemporánea y a todas luces exclusivamente comercial. No podía tener un origen menos forzado. En todo caso, así funcionaba la legislación en torno a los derechos de autor. (Digo, funcionaba porque hoy los principios legales son los mismos, aunque todos sabemos que la cosa ya no funciona tan así; aunque lo quisieran los de la SCD.)
Este es un perfecto ejemplo de lo limitante que resulta la concepción comercial de los derechos de autoría. En estricto rigor nadie crea nada de la nada, siempre un acto creativo es una reinterpretación, una mezcla, una nueva forma que de alguna manera ya existía antes. Dicho de otro modo, no hay creación sin copia. John Lennon al hacer esta versión de You Can’t Match Me, muy similar a su Come Together lo que hace es decir, a toda boca, esta canción la hice yo. Los Beatles la hicieron inmortal y popular en dimensiones muy superiores a lo que hizo Chuck Berry. En lo que su rival, Morris Levy, consideraba una victoria, en la que Lennon cedió terreno e hizo lo que el orden establecido le requería, él levantó su propio estandarte. Así, Come Together flamea estoico en ese disco de versiones. Lennon es el rey del rock, los Beatles fueron su séquito y todos los demás, su plebe.


[1] Barry Miles, 1997(1999): Paul McCartney. Hace Muchos Años. Emecé, Buenos Aires. 589-590. // [2] Ídem: 590.

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