Sebastián Echeverría

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La cúpula

La cúpulaUnder the Dome– (Plaza & Janes, 2012; Hodder & Stoughton, 2009) es una novela de mágica ciencia ficción del clásico del terror estadounidense Stephen King que relata lo que ocurre en un pequeño pueblo del nororiente estadounidense (área donde King ambienta gran parte de su obra) que repentinamente queda atrapado dentro de un domo de origen inexplicable. Separados del resto del mundo por esta muralla invisible, los habitantes de Chester's Mill viven una experiencia apocalíptica.
Estos escenarios (los apocalípiticos, digo, que, digámoslo, están de moda) usan con sostenidos y bemoles el mismo esquema: personajes comunes y corrientes, altamente esteriotipados, en situaciones extraordinarias, presionados al límite de sus capacidades físicas y emocionales; la supervivencia es el motivo ineludible y los estándares éticos se tensan al máximo, poniendo en conflicto el contrato social y los afanes individuales. De esto se trata La cúpula y poca novedad hay en ello. Sin embargo, a diferencia de otras obras de carácter apocalíptico donde los buenos no son tan buenos y los malos no son tan malos porque la necesidad de sobrevivir corroe y subyuga la honradez, el sentido de justicia y la compasión, aquí en Chester's Mill los malos son malos, malos malos, antes y después de la aparición del domo y los buenos siguen siendo buenos a pesar de todo.
Al quedar encerrados en una burbuja prácticamente hermética, los personajes se enfrentan a la degradación del medio ambiente, a la corrupción política y la correlación entre ambas. Este es el motivo central de la novela. El elemento medioambiental es un elemento dado. La premisa de la historia por sí misma apunta en esa dirección: dentro del domo apenas entra agua y aire, por lo que la vida humana allí tiene los días contados. Una metáfora perfecta de la situación global a propósito del calentamiento global. Entonces, el desafío de los buenos es conseguir destruir el domo y escapar del fatídico destino. Por otro lado, se sindica al político mentiroso, arrogante, corrupto y criminal como el gran responsable de sabotear los esfuerzos por arreglar la situación y de remar en dirección contraria a la salvación colectiva en beneficio de ser el depositario del poder y salvar su propio pellejo.
Dentro de la cúpula, se revela la vieja lucha entre el bien y mal, en función de las relaciones de poder, la política contemporánea (con severos tintes de agenda proselitista liberal y anticonservadora, y contrarrepublicana en el contexto de la política estadounidense), en un microcosmos que lleva todo al extremo, exagerándolo todo, ¿cómo podría ser si no?


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La reina descalza

La reina descalza (Grijalbo, 2013) es la tercera novela del español Ildefonso Falcones, una novela histórica preciosa que gira en torno a tres personajes y su romería hacia la libertad. Los temas que nutren la novela, como el amor, la venganza, la pobreza y el menosprecio, se presentan a través de una rica narrativa colmada de personajes, viajes, anécdotas y conversaciones.

El libro comienza con Caridad, una liberta cubana que llega a Sevilla en enero de 1748, un lugar donde no había sitio para negros libres. Al poco andar, es acogida de mala gana por la comunidad gitana, un grupo que tampoco tenía cabida en la sociedad española del siglo XVIII. Así, Caridad, la negra liberta y los gitanos, Melchor Vega y Milagros Carmona, abuelo y nieta, forman un grupo que enfrentará en comunión (aunque durante largos pasajes lo hagan sumidos en la soledad y el desamparo) los embates de la marginalidad cultural, de los abusos y el desprecio.

El excelente contexto en que existe la novela, en situaciones y hechos históricos que afectan directamente a los personajes, es fundamental, dándole sentido y verosimilitud a un relato que, siendo de cualquier otro modo, no lo tendría. La ambientación no tiene fines decorativos, sino que es fundamental para contar esta historia. Del mismo modo, la comparsa de personajes secundarios (Ana Vega, la vieja María, el Conde y la Trianera, fray Joaquín, Pedro García, Herminia, la gran Celeste, por mencionar a un puñado) conforman un entramado de relaciones y circunstancias que son satélite y meollo de la narración.

Las aventuras de este trío, narrativa y emocionalmente, presentan los vaivenes de estos tres personajes, cada uno encerrado en su propia cárcel. Melchor está atrapado en su orgullo, obligándose a sí mismo a odiar, siendo la venganza su carcelera. Milagros vive atrapada en una condición cultural que la menoscaba, enredada en ilusiones, en la fábula del príncipe azul y la quimera de la fama. Caridad, por otro lado, es prisionera de la soledad, del embuste que es su libertad. El trío busca desatarse de las amarras, tanto individuales como colectivas, propias y ajenas que los constriñen. El honor y la venganza se toman de la mano en peleas con navaja, las ilusiones son demolidas por abusos y traiciones, el éxito y el dolor se abrazan y la sociedad enajena las voluntades.

La reina descalza es un libro que deja de ser una tragedia solo porque tiene un final feliz.



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El abuelo que saltó por la ventana y se largó

El abuelo que saltó por la ventana y se largóHundraåringen som klev ut genom fönstret och försvann– (Salamandra, 2012), título magistral que en sí mismo es un microcuento, nos lleva por dos hilos narrativos. Uno: ¿qué podría pasarle a un anciano que entera una centuria? Con la imagen de un anciano decrépito, viejo como pocos, que decide que no quiere celebrar su centésimo cumpleaños en un asilo de ancianos como un animal de circo y mandar todo a la mierda, comienza la historia de Allan Karlsson ex post. Dos: ¿cómo y por qué llegó este sujeto a mandar todo la mierda al cumplir los cien años? En paralelo, la novela recorre la vida de Allan, un viaje inaudito a través de la historia y la geografía del siglo XX.

En esta, la ópera prima del escritor y periodista sueco Jonas Jonasson, el humor es un aspecto central de la novela y uno de los más celebrados por la crítica y los lectores. Todo es chistoso: los eventos, las circunstancias, los personajes y el lenguaje. Es una comedia ridícula, llena de caricaturas y que hace reír. Pero no es otra tonta película americana. El humor es una herramienta, una muy bien lograda y que agrega muchísimo valor a la experiencia, pero hay más en esta historia, en estos personajes y en el recorrido histórico que repasa la biografía del Allan Karlsson.

La historia parte desde la soledad del protagonista en su habitación, agobiado por obligaciones nimias, y se desarrolla conforme una serie de personajes van sumándose a la aventura. Cada uno dando un nuevo impulso a la fábula. Estos personajes, todos, son raros, aunque cada uno diferente es en su propia rareza, comparten la condición de ser extraños. Son hombres y mujeres peculiares cuya pertenencia a la sociedad apenas tiene asidero. Juntos conforman un grupo insólito, una congregación de marginados convocados por el viejo Karlsson en torno a una aventura y a la historia de su vida, recorriendo un siglo lleno de personajes y eventos históricos tan inauditos como estrambóticos.

Quizás los millones de lectores que disfrutamos de esta novela, somos tan raros como cualquiera de estos personajes.



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Tony Ninguno

Tony Ninguno (La Pollera, 2016) del joven, aunque no poco laureado, cuentahistorias Andrés Montero logra conjugar los tres elementos fundamentales para hacer de una lectura un lujo: una buena trama, personajes provocadores y un escenario que empapa. La trama es intrigante y conmovedora, los personajes, entrañables y en la puesta en escena abundan imágenes y emociones; los tres elementos se coluden para empaparnos de la vida circense y nos lleva entusiastas a través vaivén de los personajes. La novela resulta en una experiencia narrativa sensible y fascinante.
El Gran Circo Garmendia es un circo familiar, ya pobre y venido a menos. Es un lugar sin asidero, que nómada va de pueblo en pueblo, desde los tierrales del norte a los caminos húmedos del sur, donde una familia de señores corales, payasos, trapecistas y forzudos, entre convites, funciones y tumbas, mastica el fracaso y goza del éxito del espectáculo, bajo la sombra del miedo a que todo termine.
Allí, en esa intimidad familiar, dos tomos de Las mil y una noches cambian el curso de los vientos, transformando a una chiquilla trapecista en una cuentacuentos cuyas historias sinfín, con que las que una doncella engatusó, noche tras noche durante mil de esas, a un rey asesino en un tiempo y un lugar remotos, le dan un segundo aire a este circo alicaído y a todo su clan.
En Tony Ninguno los planos de realidad se confunden, se les confunden a los personajes. ¿Cuál es el mundo real? ¿El del Circo? ¿El de allá afuera? ¿El de los cuentos de las Mil y una noches? ¿El éxito o el fracaso?
«Creímos que los años de gloria habían comenzado, y estábamos en lo cierto.
«Creímos que éramos inmortales.
«Estábamos equivocados.»
También, asoman subtextualmente reflexiones en torno a las dinámicas culturales del microcosmos en que se vive en el circo pobre (y por extensión a las de cualquier microcultura): el sentido, necesidad u obligación, de pertenencia que experimentan en mayor o menor medida los personajes en contraposición a la identidad y vocaciones individuales; las jerarquías con sus porqués y sus consecuencias, el significado del poder y del éxito.
Andrés Montero nos ofrece, en solo casi ciento cincuenta páginas, un pasaje de ida a un mundo complejo, un poco mágico y bastante concreto, muy atractivo, donde quienes lo habitan son lo que no son o viceversa, donde lo que da risa da pena.

(En el sitio web de la Editorial La Pollera pueden encontrar un adelanto, el primero capítulo de esta novela: click aquí.)



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El extraño caso del doctor Jeckill y el señor Hyde

El extraño caso del doctor Jekyll y el señor HydeStrange Case of Dr Jekyll and Mr Hyde– es un clásico porque merece serlo. Editado en 1887, la novela escrita por Robert Louis Stevenson, a pesar de su estilo formal, pausado y muy británico (empaquetado, si se me permite el chilenismo), presenta una historia intrigante, un misterio que oculta lo peor que ofrece lo humano: la maldad en sí misma.
El punto de vista narrativo guía al lector en este misterio. Un narrador testigo, de la mano de Gabriel Utterson, recorre las escenas que, primero, presentan la misteriosa imagen de un hombre descrito a destajo como detestable ("me impresionaban también su expresión malvada y, quizás aún más, el extraordinario sentido de escalofrío que me daba su simple presencia") y, luego, que existe una relación entre esta persona deleznable y el respetado doctor Henry Jekyll. Con aquellos elementos sobre la mesa, se van sucediendo las situaciones que van revelando quién es el señor Hyde.
Jekyll y Hyde, según dicen sus más tradicionales y extendidas interpretaciones, ilustran la dualidad de los seres humanos: un doble faz del bien y el mal. En este sentido, sin embargo, me parece más una representación del conflicto entre el ser social, enmascarado por definición, que aplaca los impulsos que atentan o podrían atentar contra lo que canónicamente se ha establecido como lo bueno. Así, si entendemos la "pura maldad" de Hyde como una caricatura de sumo exagerada de lo que sería la naturaleza libre del ser humano, pongamos a Stevenson en su contexto victoriano y decimonónico, Hyde sí representaría al hombre libre, aquel que no tiene ni consciencia ni culpa, cuyo superyó brilla por su ausencia y desbocándose en consecuencia el ello.
«Dale a un hombre una careta y verás quién realmente es», como lo ponen El Cuarteto Nos en El balcón de Paul.
Cuento aparte es la consideración de la amenaza, de la tragedia que a fin de cuentas representa dar rienda suelta al cariz maligno, al rugir de las pulsiones. La idea de la moral y el recto actuar no solo como características deseables y sino como una necesidad para la supervivencia.
Es un libro breve, rápido de leer y de regusto complejo y cuyos derechos reservados permiten que su descarga sea legal y gratuita.


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El hombre que amaba a los perros

El hombre que amaba a los perros (Tusquets, 2009; 2013) es una tremenda novela, de esas que vale la pena recorrer sus seiscientas o setecientas páginas y demorarse un buen tiempo para recorrer el mundo y la vida de tres hombres y desentrañar una conspiración de la vida real. Porque el libro es eso: la novela de una conspiración.
Leonardo Padura cuenta tres historias (y no se preocupen por el destripe que la novela tiene una base histórica): la de León Trotski desde el inicio de su último exilio hasta su muerte en México; la de su verdugo, Ramón Mercader; y la de Iván Cárdenas, un reprimido, desalentado y eterno aspirante a escritor cubano que se encuentra con esta historia que, por miedo, le toma toda la vida escribir. Cada hilo narrativo, que terminan anudándose, gira en torno a cada personaje con sus contextos histórico y político y familiar y humano logrados magistralmente.
Es la historia de intrincadas y enormes conspiraciones. Una crítica descarnada al comunismo de inspiración estalinista, como una profanación al ideal socialista, como una máquina criminal que atenta contra lo más esencial de lo humano.
El hombre que amaba a los perros es una de esas historias donde se empatiza con todos los personajes, principales y secundarios. De esas que, a pesar de que conocemos el destino trágico de los personajes históricos, captura totalmente la atención. De esas que a medida que las páginas que sostienes con la mano derecha van aligerándose, crece esa paradójica sensación de querer extender la lectura y la necesidad por terminarla.


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La barrera del pudor

(Publicado originalmente en Club de Lectura en mayo de 2010.)
Me puse a leer la tercera novela de Pablo Simonetti, La barrera del pudor (Norma, 2009; Alfaguara, 2013) tras los ácidos comentarios de mi madre y mi mujer que lo leyeron durante el verano. Según ellas, Simonetti "tiene muchas ganas de de ser mujer". Al parecer, el contenido sexual explícito y cómo el sexo constituye el centro articulador de la emocionalidad de la protagonista marcaba el desarrollo de la novela de manera sustantiva y la disociación autor/narrador es una ficción que inventó la teoría literaria. Yo había leído antes Madre que estás en los cielos (Planeta, 2005; Alfaguara, 2013) y me gustó. Así, decidí enfrentarme a sus doscientas y tantas páginas haciendo como lo intento siempre, desasociando al autor del narrador y esperando que me cuenten una buena historia, una que me entretenga y, ojalá, que me cautive.
Cabe decir que la lectura cumplió su objetivo: me entretuve y me cautivó lo suficiente para sentarme a redactar este artículo. Amelia, la protagonista, es una paisajista que se retira a su casa de recreo a pasar su duelo tras separarse de su marido, Ezequiel Barros –un periodista y crítico literario que sufre de impotencia, de eyaculación precoz y de un desapego emocional generalizado. Se la quiere pasar sola, quiere llorar, pensar, recordar, entender, evitar explicárselo a los demás y ubicarse de nuevo en el mundo. La novela transcurre durante un verano, mientras recibe las visitas de su hermana, de un antiguo amante, del mismo Ezequiel y de Roque, su amante actual (¿o es su pareja actual?). A punta de conversaciones y recuerdos revive toda su relación con Ezequiel, intenta sacar conclusiones, justificar la separación y asumir el fracaso. Lo culpa a él y a su impotencia y falta de libido, a su falta de voluntad para satisfacerla. Se culpa ella y a su deseo sexual. Efectivamente, como adelantaron mi mamá y mi señora, el sexo es el centro casi toda la argumentación: la insatisfacción de Amelia y la dejadez de Ezequiel, los amantes y los experimentos que desafían la barrera del pudor.
La novela tiene seis capítulos: cinco visitas más un epílogo. La primera visita es de Josefina, la hermana de Amelia, una representación bastante burda de la presión social. Una lluvia de preguntas llenas de copuchentería y consejos que tienden al conservadurismo y al cuidado de las apariencias. La típica ilustración social de la clase acomodada chilena, articulada desde la rebeldía de uno de sus miembros adscritos por obligación: Amelia es la oveja negra, la mujer que decidió no tener hijos, la que tiene amantes y que se separa de su marido. Ella, si bien oye las voces de la tradición familiar, las desobedece y le molesta abiertamente que intenten obligarla a ceñirse el vestido de niña buena que solo está dispuesta a ponerse para las ocasiones especiales, más por conveniencia que por convicción. Si puertas afuera todos están contentos conmigo, puertas adentro puedo hacer lo que mejor me parezca.
La segunda visita es la de Bernardo Otero, un arquitecto con el que había trabajado y tenido una aventura años atrás. A él, la vida social le achaca la responsabilidad de la separación de Amelia. Ella niega la aventura públicamente y reniega de que esta haya sido la causa de la separación. De hecho, esa relación terminó hace años y fue parte de la ecuación de su matrimonio. Aquí hay mucho ruido literario, la visita de Bernardo sirve para contarnos la historia del matrimonio de Amelia y Ezequiel. Se nos revela muchos de sus problemas. Se nos revela los personajes y su relación, pero el rol de Bernardo y su visita sólo sirve de excusa para contar la historia.
La tercera visita es del mismísimo Ezequiel. Aquí comienza de verdad la evolución del personaje de Amelia y la historia propiamente tal. Hacer un resumen, sería adelantarles la aventura. La cuarta visita es la de Roque, un director de cine con quien Amelia mantiene una relación desde hace algún tiempo. Luego, vuelve de visita Ezequiel. Finalmente, el epílogo nos cuenta cómo sigue la vida de Amelia.
Estos tres últimos capítulos (las últimas cien, ciento cincuenta páginas) son la columna vertebral del libro. Amelia se enfrenta a sus propios fantasmas, hace duras introspecciones y sigue relatando, usando raccontos, su matrimonio, buscando entender, buscando porqués, intentándose explicar qué salió mal, por qué fracasó su matrimonio.
La barrera del pudor no es la obra maestra de Simonetti, no creo que la haya escrito aún. La falta sustancia a la fábula. Las visitas de los personajes no tienen la misma relevancia en el vaivén emocional de la protagonista y esa importancia no está bien reflejada ni en la cantidad de páginas dedicadas a cada visita ni en la intensidad emocional de cada capítulo.
El libro es entretenido y se lee rápido, sin caer en la liviandad. Habla de temas complejos y se hace cargo de uno de los grandes problemas del individuo cuanto ser social: vivir y ser feliz bajo los constructos ideológicos del ambiente. El debate de Amelia, es el debate de todos: por un lado busca adaptarse a la sociedad, en términos freudianos, su súper yo, se hace presente desde su entorno y desde su propia conciencia; por otro, pretende liberarse. El sexo es al mismo tiempo fuente de frustración y la válvula de escape por donde libera energía y puede ser un poco más libre, estar un poco más contenta, ser un poco más feliz.


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El símbolo perdido (y la prosa de Dan Brown)

(Publicado originalmente en Club de Lectura en enero de 2010.)
Los libros de Dan Brown asustan a los lectores primerizos. Parecen sendos volúmenes con más de seiscientas páginas y hablan de arte y símbolos. Cualquiera se podría imaginar una novela cabezona y difícil de leer. Al mismo tiempo, se muestran interesados en leer. El fenómeno best-seller, las estrategias de marketing y el hecho de que el protagonista de la historia sea Tom Hanks surten efecto y El símbolo perdidoThe Lost Symbol– (Planeta, 2009) lidera los ránquines en el mundo: varios miles lo compran, varios miles lo leen.
Yo lo acabo de terminar [en enero de 2010] y, tal como El código da Vinci y Ángeles y demonios, las seiscientas páginas pasaron rápido y en un par de días la aventura de Robert Langdon ya había terminado.
No voy a contarles la trama. Léanlo. Sólo quiero rescatar algunos altos de lo que muchos denominan literatura pop, un libro para entretenerse en las vacaciones.
En el Club de Lectura leí un post de Pedro Verdugo acerca de El código da Vinci:
«Es un caso interesante, porque está horriblemente escrito, aún en inglés, con una prosa suelta, con poco vocabulario, en un estilo que funcionaría mejor si Dan Brown hubiera siquiera tenido el cuidado de condensar cada párrafo para decir lo que había que decir con las palabras estrictamente necesarias. Pero no fue así. De modo que la oferta es una buena historia, entretenida y llena de misterio, pero mal contada.»
Este comentario se proyecta sobre El símbolo perdido (también sobre Ángeles y Demonios) porque el estilo narrativo es exactamente el mismo. Dan Brown escribe relajadamente, usando mucho diálogo directo y capítulos cortos, lo que deja muchos espacios blancos en cada página. Sus novelas tienen sucesivos raccontos explicativos, tanto de la propia historia como de la teoría académica que sustenta la historia. Las narraciones en paralelo de los distintos personajes en estos capítulos cortos crean una expectación que hace muy difícil dejar soltar el libro. El narrador omniciente nos permite ser testigos de todo lo que pasa en la novela, los que nos ofrece una perspectiva que luego el cine no puede repetir. El vocabulario utilizado es altamente disímil: mientras el lenguaje coloquial es la tónica, hay mucho concepto místico, símbolos y elementos gráficos y pictóricos que, por lo menos a mí, me sacan del libro y me sientan a leer Wikipedia. Sinceramente, creo que la prosa de Dan Brown es espectacular.
Ayer leía un artículo, The Death of Fiction?, que me dejó la siguiente reflexión:
«En realidad, no todos pueden ser médicos, no todos pueden ser deportistas profesionales y no todos pueden ser escritores. Puedes ser un hermoso copo de nieve, pero si no puedes expresar esa individualidad en una excelente prosa, yo no quiero leerlo.»
Dan Brown es un autor que está preocupado de cautivar al lector y lo logra. Sus historias entretienen y educan de manera entretenida. También presenta cosas desde ángulos que antes no veíamos y si nos lo queremos tomar más en serio es cosa de leer con ojos más agudos. Además, está preocupado de ganar dinero, cosa en la que también tiene éxito.
¿Para qué es la literatura a fin de cuentas?



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Estado de miedo

(Publicado originalmente en Club de Lectura en abril de 2010.)
Este libro me lo leí en el verano [de 2010]. Es un best-seller escrito claramente para ser transformado en celuloide. El autor, Michael Crichton, es un prolífico escritor estadounidense cuyos libros no pocas veces terminan en la pantalla grande: Jurassic Park y su secuela El Mundo Perdido, El Hombre Terminal y Sol Naciente, por mencionar algunas.
Estado de MiedoState of Fear– (Círculo de Lectores, 2006; DEBOLS!LLO, 2015) trata de cuatro personas: un abogado ambiestalista, la asistente de un magnate ambientalista y dos agentes de EPA, la Agencia de Protección Ambiental del Gobierno de Estados Unidos, que recorren el mundo intentando sabotear una serie de atentados ecoterroristas. La fábula es bien básica: el protagonista, Peter Evans, es un héroe por casualidad (de la misma onda que Alan Grant en Jurassic Park) metido en un gran lío; las aventuras tienen mucha acción y situaciones límite y es tremendamente gráfico, en este sentido creo que la narración está muy bien lograda. El libro, si bien es largo, se lee rápido y entretiene.
Ahora, el contexto de la novela. Para ser un best-seller tiene harta enjundia. Es una novela muy política y se pone en una situación que quiebra el punto de vista tradicional acerca de la ecología y los movimientos ambientalistas. Aqui, los ecologistas son los malos, de hecho son terroristas: inventan todo el discurso social acerca del calentamiento global y producen artificialmente sus consecuencias. Están ocupados de abarcar la mayor prensa posible, seducir a los actoricllos hollywoodenses para salvar el planeta y conseguir millonarias donaciones para hacer sus investigaciones, sus seminarios y mantener un estilo de vida de ricos y famosos.
Un pequeño pasaje de la novela es, desde mi punto de vista, la clave. De hecho, es la que le da el título a la novela. Un sociólogo, catalogado de buscaproblemas por los mandamases ambientalistas, irrumpe en un seminario para insistir con su teoría de que todo eso es una patraña comunicacional barata, desarrollada únicamente por las fuerzas de control social que intentan mantener un estado de miedo en la población. Una especie de estado orwelliano creado con las herramientas a disposición del sistema liberal: la prensa y el discurso político.
El libro está lleno de referencias científicas que son declaradas verídicas que tienden a desmentir el apoyo de la comunidad científica a la teoría del calentamiento global, pero el autor se desmarca de cualquier posición definitiva al respecto. Igual, por lo menos a mí, me clavó una enorme duda.


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Crepúsculo (en novela y en celuloide)

(Este artículo que es, dicho sea de paso, una compilación de dos artículos fueron escritos y publicados en 2010 en la revista La Pollera, cuyo contenido no he podido recuperar.)
En los dos últimos números de La Pollera (115 y 116) [2010] fueron publicados una crítica literaria de CrepúsculoTwilight– la novela, escrita por Stephanie Meyer y una crítica de cine de la película basada en esta y del mismo título. Ambas escritas por mí. Si bien, tanto la película como el libro resultaron ser sendos éxitos comerciales, a mí me parecieron, si no malos, mediocres. Pero sí logró cautivarme lo evidente que se hace la diferencia en un relato literario y uno cinematográfico.

(1) LA CRÍTICA LITERARIA.

Me lo advirtieron: no te va a gustar, es un libro para minas. Yo, el porfiado, lo leí igual. Quinientas y tantas páginas, trescientas ochenta que podrían resumirse en una frase: "¡Puta que es lindo Edward!" y las últimas ciento veinte que resultan bastante entretenidas, cuando los vampiros le dan caza a la humano. Crepúsculo es producto de la sed comercial literaria del público teenager gringo. Esa que es más contagiosa que la gripe porcina y que tiene a gran parte del público femenino, menor de veinte años, devorando las páginas del vampiro vegetariano que se enamoró de la humana. Él la cuida a toda costa, de peatones cariñosos y atropellos adolescentes. El tipo es bien parecido y mitserioso, con una estructura ósea perfecta y la piel blanca más que la cresta: mino y bonachón. Edward Cullen es la representación perfecta del príncipe azul a la Disney y por ello a todas les encanta y disfrutan las primeras cuatrocientas ochenta páginas que yo habría resumido en media plana. Sin embargo, este es precisamente el giro que la autora consigue existosamente: hace millones de dólares, vende los derechos a Hollywood y alcanza el cuatro pelado en términos literarios: el príncipe azul es un vámpiro. Invierte las cacarcteríticas de los roles clásicos, pero mantiene la fórmula. La narrativa es poco misteriosa, las preguntas se van revelando con rapidez a través de la narración en primera persona de la protagonista, Isabella Swan, personaje construído prototípicamente a partir de la adolescente sin gracia norteamericana (otro acierto comercial de Meyer) que se muda de Phoenix en Arizona a Forks, un pueblo cagón en el estado de Washington donde llueve prácticamente todos los días. Bella, como ella insiste que le digan, es una chica tímida, callada, torpe y no particularmente bonita que enamora al tipo más mino-rico-esquisito de toda la escuela, el tipo más inasequible de todo el pueblo. ¡Es el sueño de todas las chicas! Meyer logra que las mujeres se identifiquen con Bella y sueñen a los quince con este príncipe azul que, salvo por los detalles de la fábula, es el mismo con el que soñaban a los siete viendo cualquier película de Disney. Para los varones, e incluso para mujeres adultas, Crespúsculo tiene la misma gracia que ¿Dónde está Elisa?, hay que saber de qué se trata para no perderse las conversaciones. Para las adolescentes es un librazo, les cuenta al oído todas sus fantasías, las enamora una vez de un príncipe azul que además desafía todos los cánones establecidos. Edward es una fusión entre el sueño absoluto del príncipe azul y el desafío a las reglas típico de la adolescencia, es decir, para las mujeres entre doce y veinticinco es la fantasía ideal.

(2) EL COMENTARIO DE CINE.

Tras leer el libro, decidí ver la película. Me senté, le puse play y, tras los 90 minutos, me dije: qué bueno es el libro. Sin embargo, con el paso de los días, noté que había hablado con varias personas acerca de sus diferencias, de cómo presentaban a los personajes y de cómo desarrollaban la historia, que es la misma, pero no. Nunca pensé que un producto tan light me haría reflexionar tanto acerca de la dupla novela-película.

Igual que el libro, Crepúsculo, la película, fue un éxito comercial. Millones de espectadores en las salas de cine, de descargas ilegales en Internet, de devedés originales venidos, merchandising al por doquier. Sus actores arrasan en los shows de televisión, se ganaron varios premios MTV Movie Awards y firmaron jugosos contratos para protagonizar los capítulos siguientes de la saga. Pero la película es aburridísima. Avanza como por inercia, a los personajes no se les explica y, por lo tanto, no se les entiende. Edward Cullen, el vapiro mino interpretado por Robert Pattinson, es un adolescente irresponsable de diecisiete años, embobado con una chiquilla que huele rico. El personaje del libro es un vampiro de ciento cuatro años que posa de un quinceañero, que se enamora de una humana y entiende las dificultades de una potencial relación amorosa. En la novela, Edward es un personaje complejo, con el que uno llega a empatizar. En la película eso es imposible. En el mismo sentido, la protagonista Isabella Swan, interpretada por Kirsten Stewart, es la narradora de la novela y, si bien, es ella es foco de la narración en la película, no podemos acceder a sus reflexiones. (Cosa obvia en el cine.) Esto nuevamente impide comprender el personaje, hace imposible querer darle cachetadas y hacerla entender que es una idiota, que Edward es un vampiro y que está en peligro junto a él. En realidad, debe ser como lidiar con un adolescente en la vida real. Hasta aquí, sólo destaco cuán pobre es la película en comparación al libro. Pero, estas son cuestiones obvias: el cine es un arte distinto, donde no hay narradores capaces de entrar en psique de los personajes. Mientras la narrativa permite estas cosas fácilmente, el cine no puede explicar literalmente por qué un personaje toma cuál o tal decisión ni por qué de repente se puso a llorar ni nada. El cine cubre lo invisible de los personajes con un velo, a través de sus actos los conoceréis. Será gran gracia del director, en primer lugar, y de los actores ser capaces de presentarnos los hechos tan nítidos que logremos entender a los personajes. Conversaciones, miradas, sonrisas, reacciones y raccontos saltan como los recursos disponibles para descifrar el código de cada personaje. Quizás, Crepúsculo (la película) carece de todo esto, mientras la novela sí nos lo permite. La directora, Catherine Hardwicke, no estuvo a la altura de la adaptación. Los actores son unos bodrios. El resultado es una película mediocre, fragmentada y sin gracia. Sin embargo, gracias a que Crepúsculo (la película) adolece de todos estos defectos es que pude entender el tremendo desafío que significa narrar una película o hacer un personaje. Ahora, cuando veo una película valoro y disfruto mucho más cuando una historia se me devela con fluidez sólo pudiendo mostrar la faz de un grupo de personajes.

Ahora el plan es releer Harry Potter y el misterio del príncipe (Harry Potter and the half-blood prince) porque esta no sólo es una saga notable en el papel, sino también lo es en la pantalla.


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